CAN, MERCOSUR y lo nuevo
Por: José Manuel Soto
Fuente: Aporrea
Más allá de algunos resultados positivos que puedan arrojar o mostrar los intentos integracionistas en Suramérica a lo largo del siglo XX, como la CAN y MERCOSUR, entre otros, el énfasis puesto por estos modelos en lo mercantil, no ha sido ni la mejor estrategia ni la acertada decisión, a la luz de los resultados obtenidos, si el objetivo era y es, como enuncian sus protocolos, el de construir la unión latinoamericana. Asegurarles mercados cautivos a las trasnacionales y una determinada distribución internacional de roles económicos a los países, decidida en centros foráneos de poder; ponernos trabas y barreras comerciales entre nosotros para seguir dependiendo del comercio con terceros, y desconocer lo fundamental que debe tener todo proceso de integración (direccionalidad político-estratégica y pueblo), son parte de las causas por las cuales la CAN y el MERCOSUR constituyen apenas tímidos intentos de integración parcial e incipiente, frente al objetivo histórico de la construcción de la Patria Grande latinoamericano-caribeña. Tan es así que estas iniciativas, CAN, MERCOSUR, ni siquiera hoy muestran éxito en la propia vertiente mercantil para las que fueron creadas; no tienen en su haber, si a ver vamos, el cumplimiento de las mercantiles metas del arancel común, ni tampoco mercado común, ni unión económica, ni armonización de políticas macroeconómicas, ni moneda común; ni que decir en cuanto a complementariedad, solidaridad, desarrollo social y ambiental, política exterior común, temas que ni fueron considerados seriamente o fueron tangencialmente abordados cual mero “saludo a la bandera”. Hubo falta de visión y de voluntad política para hacer historia. Para colmo, el Consenso de Washington vino a complicarle las cosas al modelo y alejó aun más los procesos de integración, de la gente. Solo se aseguraban los libres movimientos de capitales y de mercancías, pero de los derechos sociales, culturales, ambientales y humanos de nueva generación, ni pendientes, agrandando asimetrías e inequidades internas y regionales. Por eso, hasta resulta generoso hablar hoy de una Nueva CAN o de un nuevo MERCOSUR pues el reformateo tendría que ser profundo, tan profundo que hasta el nombre debería ajustarse a las nuevas realidades que vive hoy la América Latina en ebullición. Por ejemplo, la denominada Comunidad Andina de Naciones, en verdad, no es tal pues, para empezar, no somos varias naciones, somos varias repúblicas y una sola nación, un mismo pueblo, con sus matices, pero en esencia el mismo. El MERCOSUR, por su parte, utiliza en su denominación y como sello distintivo, la palabra MERCO, o sea, mercado común, para mercaderes y ese nunca será el escenario propicio para una auténtica integración, solo es y será un escenario para los negocios. El ALBA en cambio, supera con creces esta visión reducida y mercantil de búsqueda de la integración. Trasciende lo meramente mercantil, sin desconocerlo como instrumento necesario de desarrollo productivo y diversificado y para el estrechamiento de vínculos y complementariedad, pero abarca y rescata la esencia fundamental que deben iluminar las nuevas iniciativas unionistas en Nuestra América. Así que, bienvenida la nueva CAN en trasformación, o sea, que nazca el ALBACAN; y bienvenido también -ojalá- el nuevo MERCOSUR, que surja el ALBASUR. Ojala la CAN, se trascienda a sí misma en su formato mercantilista y se transforme en un instrumento profundo de integración real: una CAN, que sea ALBACAN y que el MERCOSUR se deslastre del puro mercado y se convierta en ALBASUR, como expresiones nuevas, genuinas, distintas, de integración profunda, verdadera. Con complementariedad, solidaridad, privilegiando en todo caso los negocios de las cooperativas, las pymes, las nuevas formas de emprendimientos colectivos y que estos nuevos procesos converjan para apuntalar la UNASUR, para que algún día la historia registre el nacimiento de la Gran Patria Latinoamericana; o ello ocurre en este siglo o no nacerá nunca.
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